Las voces gritaban dentro de su cabeza, y le impedían pensar con claridad. Susurros, suspiros, gemidos y gritos; ¿placer, dolor...? ¿Quién podía discernirlos?
Calles desconocidas y su imagen reflejada en todos los espejos, en los escaparates, en las tétricas luces de los vagones de metro. Como un fantasma, como si nadie más pudiera verlo... de hecho, ¿podían hacerlo? ¿O sólo era su imaginación?
Y de pronto, un silencio.
Yo no quería sustituir nada, ni hacer olvidar el pasado. Los fantasmas de cada uno teníamos que superarlos por nuestra cuenta; y cuando estuvieran superados, sólo entonces, tal vez podríamos sonreír. Sólo quería tenderte la mano y que estuvieras tumbado, a mi lado, hasta que saliera el sol. Decirte cosas horrible al oído, esas que ayudan a no pensar, pero no a olvidar. Amar ese dolor que nos rodeaba a ambos. Nunca traspasar la frontera del velo, aunque lo había hecho sin darme cuenta.
Lo único que podía pensar con claridad era que sí, ella era una turista en esta ciudad. Y que lo añoraba. Y que lo quería.
Pero despacio, pequeño.
Despacio.
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